viernes, 1 de junio de 2007

RASGOS DE LA EDUCACIÓN ATENIENSE


Atenas fue el centro donde alcanzó mayor esplendor la educación griega. En los tiempos antiguos parece haber existido en Atenas un sistema educativo análogo al de Esparta, de severa rigidez, de aprecio exclusivo por el valor militar. Pero con el establecimiento de la democracia ateniense cambiaron juntamente el espíritu y el método de formación. Atenas llegó así a representar la espiritualidad helénica, al paso que Esparta simbolizaba la fuerza.

El ateniense es, bajo el concepto mental, la manifestación más genuina del helenismo. Presenta de bulto sus cualidades más prestigiosas y sus defectos más notables. Sobresale por su piedad, su nobleza de espíritu, su sentido estético, su agudeza intelectual, su amor a la cultura en todas sus formas; pero, al mismo tiempo, lleva el estigma de un carácter voluble, desconfiado y arbitrario.

Isócrates, en su Panegírico de Atenas, dice que esa ciudad supera de tal modo a las demás urbes griegas, que quien ha sido discípulo en ella, puede ser maestro en cualquier otra, y que un individuo es griego, no porque ha nacido en Grecia, sino porque ha recibido una educación ateniense.

En Atenas abundaban los esclavos: les correspondía todas las ocupaciones manuales, consideradas como indignas de un hombre libre. El ciudadano disponía, de este modo, de mucho tiempo, y lo empleaba en desarrollar sus poderes físicos y mentales. En ese ideal se incluye, como en Esparta la formación del buen ciudadano, pero se pretende conseguirlo por otros medios.

El ateniense cultiva las artes liberales, pero no al modo de un profesional. Todo ciudadano debía recibir educación gimnástica y musical, pero se considera como vil la condición del atleta o del músico de profesión. Las artes debían cultivarse, no para lograr un medio material, sino para enriquecer el hombre interior.


La educación ateniense ostenta una sorprendente riqueza de elementos: se la comparó con una mesa opípara en la que se ofrece toda clase de alimentos. Existió el peligro, señalando por los filósofos, de un desvío en una instable multiplicidad de ocupaciones, y en un enciclopedismo sin plan.


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